31.3.07

finalmente

Tengo frío. En teoría es tarde, pero sé que para estas cosas no vale la pena estar apurado. -Relajá. Dijo Cristine. Es cierto, estoy muy nervioso, la angustia por el desenlace de la historia me tiene en cierta manera helado. Tan sólo puedo pensar en cómo va a seguir, y una vez que llegue allí, cómo es que continuará. La verdad es que tanto misterio me tiene detenido y ya no puedo pensar objetívamente. No se me ocurre qué le voy a decir, y sé que le tengo que contestar. Sé que aunque quiera dejarlo para más adelante sus ojos me van a mirar fijo, su boca entre abierta me va seducir y esa timidez mezclada con perversión que veo en sus gestos solamente empeorará las cosas. Me consume pero no puedo evitarlo.

Hace calor, Mientras los otros cuatro esperan por Rudolph, la gente que debe irse comienza a hacerlo. Es tarde y las cosas como siempre, no salen como deberían. Algunos se quejan y presionan pero ya nada puede hacerse, ponerse nerviosos no hará que el tiempo vuelva hacia atrás. Eso quisiera Rudolph. Todavía no llega. Suena el teléfono. - Dónde estás? Pregunta Eduardo. - Yendo hacia allá, el tránsito es un desastre, esta ciudad, además estoy con las cosas, y tuve algunas discusiones con Marine. Sabés como se pone en estos casos. - Bueno todo bien, tranquilo, igual acá recién están desarmando, te esperamos. Te espero.

Qué le voy a decir, que no quiero más, que lo abandono, sabe que no puedo, como si fuera un pacto implícito. Me hace mal, pero no puedo deshacerme de él. Tengo que tranquilizarme y sacar mi mente de este encierro, disfrutar, al fin y al cabo yo decidí esto y es lo que más me gusta hacer.

Rudolph por fin entró, hacía calor, él temblaba por dentro. Cristine lo seguía de cerca ya que sus pequeños pies no le permitían ir tan rápido. Cuándo llegó al camarín estaban los cuatro, Eduardo tirado en un sillón, justo enfrente de la puerta de entrada, siempre riéndose como si fuera un payaso triste. En cuero. Los demás parados tomando de una botella de Wisky que estaba debajo de la mitad. Era tarde, y todos alrededor estaban nerviosos, pero no importaban ya, no existían. La luz era realmente ténue, se escuchaban las voces del público como demonios que llamaban a las puertas del infierno, buscándolos a todos. Cristine se sintió incómoda pero nadie lo notó. El lugar estaba sucio, lleno de polvo, el piso era de madera vieja y hacía ruido. Todo era añejo aquella noche. Rudolph saludó primero a Hernan a su derecha, luego a Camile, miró de reojo a Lucy. Estaba aspirando un linea de cocaína y casi ni había notado su presencia. Todos se reían. Dejó en el piso el estuche del saxo, lo abrió. - Te amo Eduardo. Gatilló, el ruido casi se perdió entre el griterío y bullicio. El sillón se manchó.

Sonó el teléfono. - Ya está, tengo el final. Mañana nos vemos y me decís que te parece. ¿Dale?.

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