El nunca lo supo hasta terminar. Yendo, casi ya sobre el descenso, en el cielo amaneciendo, vio a la luna. Llena menguante. El aterrizaje fue insípido, incoloro, transparente, insaboro. Todo lo que uno pretende de un aterrizaje. El avión frenó rápido, sin movimientos bruscos. Pensó en la tecnología y en el progreso. Ya era de día.
Los plenilunios se sucedieron en diferentes circunstancias, algunos fueron tan sólo un pensamiento y otras noches, de fiesta y caminatas de amanecer.
El nunca lo supo hasta terminar. Yendo, casi sobre el descenso, en el cielo amaneciendo, vio la luna. Llena menguante. El aterrizaje fue duro, golpe, como tirarse a la pileta, frío. Todo lo que uno pretende de un aterrizaje. El avión frenó rápido, con movimientos bruscos. Tuvo ganas de llorar. Pensó iluso que podría volver a nacer, que podría volver. Pensó en Gardel. Se dio cuenta resignado que siempre estaba yendo al mismo lugar. Y la luna invisible estaba ahí, llena, menguante.
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