Todo al revés.
Los humanos somos un cúmulo de
contradicciones, no digo nada nuevo y me contradigo. Cuando me confirmaron que
iban a casarse lo primero en lo que pensé fue en eso: contradicción; afirmación
de algo contrario a lo ya dicho o negación de lo que se da por cierto.
Para que mentirles, se me vinieron abajo
todas las excusas que yo había elaborado para justificar ante mis amigos y mi
entorno el por qué ustedes, mis viejos, no estaban casados: el amor no tiene
nada que ver con eso de casarse, decía, la felicidad de compartir, de
construir, de sostenerse, la indecible forma de mirarse y saber, y sentir,
reconocerse en el otro y estar siempre, siempre estar. Todo eso nada tiene que
ver con casarse. Decía.
Sin embargo ahora sí, vaya contradicción.
Sí. Pero… ¿Por qué ahora si?
Esa pregunta y el casamiento me pusieron
en jaque; después de treinta y tres años de sostener la bandera en contra, o al
menos no a favor, de la institución del matrimonio, resulta que de un día para
el otro se casan. Que no, que sí, que en realidad sí se casan. Ahí va de nuevo
el juego de poner las cosas en otro lugar, cortar la naranja de otra manera.
Estuve con esto de las contradicciones un
par de semanas y me vi entero contradicho, contradictorio; que soy mexicano y
bueno, también argentino, que estudié una carrera y ahora vivo de un oficio, y que
de alguna manera todas esas cosas que creía que eran de una forma, luego fueron
de otra, distinta, más o menos parecida a la que creía, pero distinta, incluso
la relación de mis viejos.
Es el chiste de la vida, creo, siempre nos
sorprende en alguna contradicción.
Ahí es donde me di cuenta de lo genial que
es todo este asunto del casamiento y porque me tiene tan emocionado:
reconocerme en una contradicción.
La familia que somos es la contradicción más linda que
encuentro. Aprender a vivir en todas nuestras contradicciones, muchas veces a
los tumbos, es lo que me da cierto grado de identidad; nunca perder el juego, apreciar
el valor de las cosas sin peso -como el merengue o los panaderos-, saber al fin
que la vida no tiene tiempos sino momentos; todo eso, la rima y este desvelo me
permitieron entender recién, a las dos de la madrugada del treinta de enero de
dos mil quince y sin haberlo planeado, por causas que parecen ajenas al amor y
cercanas al alcohol, que TIENE TODO EL SENTIDO DEL MUNDO que Gaby y yo, sus
hijos, seamos los testigos y a la vez honrados resultantes del amor que los
atrapa, los une, los agota y los reaviva; de este amor exiliado y vuelto,
nacido de campings y renacido de estrellas, enorme, grande, de este amor de
Fénix que dicen los cuentos de hadas, es todo cuanto tienen.
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