Pasaba tranquilo, sin apuro. No hay mucho que hacer por estos días en la hermosa Bs As que se va vistiendo de flores. Las mujeres confundidas llevan tapados sobre los escotes, medias bajo las polleras. Las flores se le animan al frío. Ellas quieren ser, florecer, ser flor. Como yo.
La plaza estaba vacía. Eran 2 hs justas después de que saliera del colegio casi 10 años después. Una reja cubría la parte de los juegos. Estaba cerrada por completo. La salté. Me metí en la arena con mis botas y me hundí en los recuerdos...
Me subía hasta lo más alto del armatoste de hierro que sostiene las hamacas, me colgaba de las patas boca abajo y veía al mundo flotando. Me gustaba la soledad de arriba. Me gustaba saber que podía llegar cuando quisiera. Treparme y listo. Era un lugar mío al que otros también llegaban, pero era mío.
A veces Pantu cuando se sube al árbol y va hasta la rama que llega casi a media calle me recuerda a eso. Mira el mundo desde su lugar. La rama a la que el sabe que alcanza, de donde puede volver pero no cualquiera llega.
Estaba de paso y ya estaba en la arena. Así son las cosas. Uno cree a veces que está de paso y cuando quiere darse cuenta ya tiene arena hasta en la sien. Con la arena y encerrado entre las rejas, solo en la plaza de siempre.
Bajé la cabeza, vi lo que quedaba de mis pies sobre la superficie, me moví lento hasta la hamaca y me senté. Me alegré de que mi cuerpo aún entrara en el asiento y que el mismo soportara mi peso. Sonreí de sólo sentir el movimiento. Empecé a hamacarme y de a poco a levantar altura.
Cada vez que estiraba y flexionaba las piernas iba más alto. Estaba construyendo mi movimiento. Estaba generando mi propio vuelo. Me sentía feliz y pedía perdón al cielo que estaba cada vez más cerca.
Un niño me miraba desde arriba, dado vuelta y no entendía. Enojado, furioso conmigo. Un niño traicionado, dolido y hermoso me gritaba perplejo en la cabeza: ¿QUE ESTAS HACIENDO?
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