17.3.13

Rodolfo

            La gente piensa que lo que yo hago es fácil, que lo puede hacer cualquiera y que por eso debería hacer más. Me levanto a las cinco y media de la mañana, lavo la vereda todos los días, saco la basura y así mantengo de pie este edificio espantoso. Limpio los pasillos de los ocho pisos tres veces a la semana y paso la aspiradora de la pileta una vez al mes. Todos los días alguien tiene algún problema y quiere que yo se lo solucione. Pero no soy ni plomero, ni electricista, ni albañil ni pintor; qué se creen. Aunque a muchos no les guste, en el contrato está todo bien bien clarito. Y no es cuestión de dar explicaciones, pero la gente anda loca, nadie respeta nada.

             De nueve a doce y de quince a dieciocho estoy en la puerta que dejo cerrada por seguridad y no tengo por qué abrírsela a nadie. No señor, esto no es un hotel. Cada uno con su llave entra y sale y se acabó, todos contentos. Si tienen invitados o visitas, bajan y abren, porque si después pasa cualquier cosa yo no me voy a hacer responsable. Ni siquiera le abro a los propietarios o las visitas que ya conozco, y menos al noviecito de la de planta baja que me agarra la puerta por el vidrio y deja toda la mano marcada. Un día va a hacer mierda el vidrio y después el que limpia el desastre soy yo. Si tiene picaporte la puerta, por qué no la agarra de ahí. Igual, sí me hago mala sangre por cada cosa al final seguro que suicido o mato a alguien. Eso sí, para quejarse de si yo veo quién entra y quién no entra se anotan todos. Yo no me ocupo de la seguridad del edificio, si quieren un guardia de seguridad que lo contraten. Yo, encargado.

           Nací en Montevideo, si me vine acá es porque un amigo me ofreció el laburo. Es un buen laburo: tengo un departamento gratis, gano un buen sueldo y ni pago expensas. Me gusta estar en casa. Antes tomaba mate en la puerta pero lo dejé porque los vecinos con la excusa de tomarse un mate, aprovechaban para contar chismes o peor, para quejarse: tal vecino escucha música fuerte, este otro grita de noche, no sé quién tira cigarrillos por el balcón, otro deja basura en el pasillo, otro mancha las paredes con la bicicleta, y así. Era el centro de chismes y quejas del edificio, así que decidí tomar mate en casa y solo. Ahora en la puerta me pongo la radio y nadie viene a decirme boludeces.

              El barrio es bastante lindo, o lo era, porque ahora Belgrano es una locura. Hay que ver cómo se putean todos los días en la calle para estacionar. Yo me río, están como locos. Y encima el tránsito, los bocinazos, todos cruzan por cualquier lado, en fin, un desastre. Del edificio no se salva nadie. El del tercero toca la trompeta todo el día. Insoportable. El arregló con el consorcio que sólo puede tocar de quince a veinte, pero se caga en todo y arranca a las nueve de la mañana. A la del cuarto C no la puedo ni ver. Cuando me gane la quiniela me gasto la mitad en huevos y se los tiro todos a la puerta. Qué bronca me da esa mujer. La vi varias veces dejando la mierda del perro en la puerta del edificio, de no creer. Yo le digo si va a dejar eso ahí y ella me dice que igual yo limpio la vereda a la mañana. Así me lo dice con normalidad la desubicada. La gente está loca, de verdad. Habría que ir a dejarle la caca a su cama, a ver qué dice. Eso si, la pileta la quiere bien limpia para el fin de semana. 

                La gente maleducada y con plata es lo peor que hay. Después también está el tema del garage y el ascensor, que suena la alarma cuando queda mal cerrado. Muchas veces lo cierran mal, y aunque les suene la alarma se van y lo dejan así. Al principio lo cerraba yo, pero ya no me importa. Que se jodan. El que quiera que vaya y lo cierre bien, porque yo no puedo tratar a todos como si fueran nenes de la escuela. No señor, parecen idiotas. Y el garage es un espectáculo. En estos edificios de ahora no entra ni un alfiler, si estacionás un poquito torcido ya está, la cagaste, el otro no puede salir, entrar o abrir la puerta. A las seis de la mañana tenés que ponerte a tocar timbres para que te corran el auto.

                Después de almorzar, cuando hay un poco de calma , aprovecho para conversar con los otros encargados de la cuadra. Me caen bien, aunque amigos no tengo. Mi idea es ahorrar lo suficiente para vivir tranquilo en Atlántida cuando me jubile. Ya compré una casita frente a la playa y la estoy remodelando, me escapo algunos fines de semana en el Buquebus y adelanto trabajo. Ahí me siento en la puerta a la tarde, me tomo unos mates tranquilo y me olvido de todos.    

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