15.5.13

esta semana (II)

Ese fin de semana me imaginé el divorcio de mis viejos: qué hacemos con las cosas, yo me quedo la heladera, quedate el auto, los chicos ya son grandes, podemos darles algunas cosas, por un tiempo pienso irme al consultorio, me parece bién. Pero no, ni casamientos ni divorcios esta semana, para esas cosas se necesita planificación, estrategia, testigos, rehenes, aliados y enemigos, legiones de amigos a favor de uno y otro y en especial abogados, muchos abogados. Nada de eso ocurrió; en cambio, y conmigo de juez para no quedar fuera del debate que interesa al país en estos días, mis viejos tuvieron un interesante intercambio de opiniones monetarias; él dijo qué cara que salió la reforma del lavadero, catorce mil pesos, una fortuna, está muy complicado; a ella le pareció bien, no viste todo lo que hicieron  los obreros dijo, cambiaron los caños de agua y de gas, el piso, revocaron y pintaron; él dijo que no sabía de dónde iba a salir la plata, que sólo a ella se le ocurre hacer todo al mismo tiempo, los cuatro mil pesos del estudio médico, los diez mil de la mudanza de mi hermana entre depósito y comisión y los catorce mil del lavadero, a quién se le ocurre; mientras tenían esta charla papá revolvía sobre el fuego de la hornalla un caldo/puchero que el viernes había preparado Paola, la hija de Rodolfo, el encargado uruguayo, que ese mismo viernes comenzó a trabajar en casa; mamá, por su parte, había pedido delivery para ella y para mi y se servía su segundo plato de chow fan y pollo con almendras; era domingo a la noche, estábamos de pie uno junto al otro en hilera, obligados por la cocina/chorizo, mamá junto a la heladera, yo en el medio, frente a la bacha, y papá junto a la cocina; pensé que todos ya estábamos grandes y que el fin de una familia empieza cuando se deja de cocinar.

El martes siguiente mamá organizó una fondue de queso, dijo que para recibir a Lautaro, nuestro primo santafecino que estuvo de vacaciones en Estados Unidos; estábamos todos menos Mole. Cada vez que entro a casa me da la sensación de que la gata está ahí, pero ya no está, son esas cosas que pasan con la muerte. No sé si eso es extrañar, si son los llamados espíritus/fantasmas o la costumbre de algo que durante mucho tiempo fue de una manera y ahora cambió. Durante la cena Lautaro nos contó de Las Vegas, de cómo en uno de los casinos más grandes cada dos horas hunden por completo un barco de cincuenta pies para luego sacarlo del agua y volver a hacer el espectáculo; contó que el clima es muy seco y que la gente está loca, no como en Buenos Aires, loca de otra manera, todo el tiempo ves gente desnuda por la calle, una que sale a correr por la mañana con vestido de novia, otros que, preocupados por estar en la llamada ciudad del pecado temen por un castigo divino, y según mi primo todo el tiempo te ofrecen drogas, putas y diversión, es decir diversión. La verdad que la fondue estaba muy rica y después de comer fuimos con Gaby al cumpleaños de Martín.

A Martín lo conozco desde los once años y el martes cumplió veintiocho. Podría decir que es como un hermano para mí, aunque en realidad somos primos lejanos por compartir el apellido Abulafia en alguna de las ramas de un árbol genealógico bastante confuso. Cuando terminamos de cenar yo estaba cansado y quería ir a dormir, era martes ya tarde, pero enseguida pensé que uno tiene que estar presente en los cumpleaños de sus amigos porque marcan el paso del tiempo y eso es lo único importante, los pelos en la axila, el bigote, tu primera vez;  estás igual, qué bien los llevás, hablemos cuando llegues a los treinta y uno, cuando todo se descontrola. A los veintiocho años, si uno hizo las cosas relativamente bien, o al menos no se mandó ninguna cagada importante, se pueden juntar bastantes amigos, gente a la que uno quiera y que a uno quiera. Martín decidió festejar su cumpleaños en simultáneo, multitasking social, con un show de su banda en una modalidad que se da bastante seguido cuando tu grupo de amigos está integrado por una mayoría de músicos, y que además es bastante molesta porque en realidad no podés compartir mucho con el cumpleañero; como si Riquelme organizara un partido de fútbol para festejar su cumpleaños. 

La banda se llama Chau Coco y el show/fiesta era en un bar por Almagro llamado Ladran Sancho, un bar que no cuenta con suficientes mesas para todos y por eso se comparten, la gente se acomoda donde puede, en el piso y la barra, o se queda parada a mirar el show; venden panes rellenos, cervezas y bebidas varias; todos los que estaban ahí tenían entre veinte y treinta y cinco años y no había un sonido apropiado para que tocara un grupo por lo que el ruído de la improvisada cocina tapaba a veces la voz del cantante o la música en general; además es el mismo bar donde vi por última vez a Alberto, el papá de Erno, lo recuerdo porque esa vez me preguntó frente a mi novia de entonces, cómo hacía yo para andar siempre con chicas tan lindas. Me acordé de Alberto una vez terminado el show, mientras con Martín charlábamos acerca de cómo pasan los años, cosa que inevitablemente me llevó a la muerte.

Después del show, las cosas de siempre: seguís igual de jóven, siempre fuiste el más chico pero el tiempo pasa y si ves las fotos sí se notan los años en las ojeras y en las pequeñas arrugas a los costados del ojo; las patas de gallo son arrugas de risas o pueden ser de hacer fuerza para enfocar si uno no ve del todo bien; cuando ya era demasiado alcohol para un martes y demasiado tarde para cualquier otro día de la semana, con Martín nos quedamos solos y hablamos de cosas más íntimas; qué cagada lo de Mole; qué bueno que Gaby se muda; los viejos se ponen grandes y uno también; mis viejos están insoportables; los míos también; y la estabilidad, y el dólar, cuándo te mudás; no sé, estoy harto de que me pregunten, cuando me mude les aviso y ya; luego de una pausa le dije a Martín que si un día se me patina el cerebro y me vuelvo loco, realmente loco y no me queda ni una gota de realidad, él tendrá que cuidarme y yo haría lo mismo por él, pero que, de ninguna manera deje que me quemen la cabeza, ni pastillas ni electroshocks, que no deje que me encierren porque no lo soportaría, que me lleve a un campo y me deje ahí, que me deje disfrutar de mi locura, porque al fin y al cabo para eso son los amigos. 



No hay comentarios: