11.5.13

Suena el despertador, me quedé dormido en la mitad de la película, una de un boxeador y una paralítica que pintaba bastante bien, la película y la paralítica, a la vuelta la termino. Ahora en la tele una chica pide que la llame urgente, insiste, insiste y también está bastante buena, la palabra que se forma uniendo las letras la sé, es colibrí, debería llamar. Hace tres horas y media que es sábado. Cuando salgo del cuarto un cartel rojo colgado en la pared dice life never stops, y recién ahí me doy cuenta con alivio de que está todo preparado: bolso, cepillo de dientes, ropa de show, abrigo de viaje, platillos, redoblante, libro. Tengo ganas de tomar un café, porque siempre tengo ganas de tomar un café, pero no lo voy a hacer, quiero aprovechar la modorra para dormir en el micro.

Mientras me visto con el jean del mes, que también es del mes pasado porque a fin de cuentas es el que mejor me queda, pienso en los comentarios de mis amigos: lo tuyo no es trabajar, trabajar es otra cosa, si te la pasás de joda, trabajar de noche no es trabajo; el zumbido en mis oídos me distrae, me tapo la oreja derecha y confirmo el ruído, zumba desde ayer, desde antes de ayer, desde hace mucho, es ese zumbido que tiene cualquiera al salir de un concierto o de un boliche pero en mi caso es todo el tiempo, se vuelve más fuerte o se escucha más, que es lo mismo, cuando me acuesto en silencio y solo escucho mi respiración y el zumbido; los médicos lo llaman acúfenos; dicen que Van Gogh se cortó la oreja por eso, porque no lo aguantaba más; dicen que Drexler lo tiene, y que a Jack Johnson también le apareció uno luego de haber caído dentro de una ola mientras surfeaba; a veces me despierto por el mismo zumbido, como si mi oído tuviera una tecla de piano apretada todo el tiempo, sonando para siempre con la misma nota. 

Había un programa de tele en el que dos personas intercambiaban sus vidas por una semana, pero no anduvo bien y lo sacaron del aire a los pocos meses. La vida de músico que imaginan mis amigos no es esta de ahora, dormir una horita y tomarme un colectivo con tres bolsos pesados en la espalda a las cuatro de la madrugada. En esa vida que ellos imaginan yo no voy a ensayar a las ocho de la mañana, no tengo viajes en combi con asientos fijos hasta La Pampa, no hay acúfenos, ni contracturas, ni siete shows en un fin de semana, ni horas y horas y horas de práctica, ni cuatro ensayos en un día, ni shows para tres personas o casamientos y barmitzvas. Hay, en cambio, libertad de hacer lo que uno quiere, tomar drogas, alcohol, viajar, estar en fiestas, tomar drogas, alcohol, levantarse a cualquier hora, tomar drogas y alcohol, conocer chicas lindas y tocar la guitarra todo el día.

Estoy arriba del ciento cincuenta y dos, en media hora tengo que estar en Vuelta de Obligado y Rivadavia, de ahí sale el micro a Santa Fe. Por suerte viajamos con otro grupo y no me toca llevar la batería, eso es lo bueno, lo malo es que tenemos que hacer pie cabeza con Gonzalo, el tecladista, en la cucheta del micro. Uno aprende a dormir en cualquier lado y como sea, porque hasta subir al escenario el cansancio siempre es total.

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