17.5.13

semana (III)

El viernes otra vez hubo puchero, como el viernes pasado y como el ante pasado, porque desde hace años, podría decir que desde que volvimos a la Argentina, en casa de mis viejos los días y las comidas se respetan unos a otros: lunes pastapan, martes carnensalada, miércoles purépescado, jueves tartaensalada y viernes caldopuchero. Mientras cenaba recordé una frase que había escuchado de mi novía la noche anterior: ¿y si hago puchero? Eso en referencia a que yo también fuera a la cena con sus amigos del trabajo; llegué a la conclusión de que si una chica linda hace puchero, con cara de nena triste, trompita y ojos vidriosos, puede dominar el mundo. Después de cenar me quedé frente a la computadora para matar el tiempo; no tenía sueño y en el chat encontré a Julia, que habló apenas me conecté, estaba sola y llovía y no sabés el día horrible que tuve, fui al banco, deposité plata y después pasé por el súper a comprar Procenex, en el Coto di unas vueltas medio perdida y cuando encontré el Procenex y vi el precio se me rompió el cerebro, o el corazón, o las dos cosas no sé, creo que fue un ataque de pánico; le pregunté si sintió que se iba a morir; Sí, porque no sé qué hacer con mi vida, desde que me separé me siento muy sola y además no tengo trabajo estable, el tema de la plata me angustia mucho, y eso sumado a las diálisis del gato y a que tengo que hacerlo inyectar todos los días, y la comida está cara, y el alquiler, y todo me abruma y no puedo dejar de pensar que nada sirve para nada; me quiero ir a Islandia, a Islandia me quiero ir.

La primera vez que yo tuve un ataque de pánico fue en el subte. Creo que si hay un lugar que incita el ataque de pánico es ese, a las nueve de la mañana está lleno de hombres/corbata y chicas/facultad, todos apurados que empujan para entrar, no hay un centímetro de aire entre los cuerpos todos apilados, te roban, te apoyan, te pisan, te miran y huelen y tocan inevitablemente y a su vez todo eso es recíproco. El proceso arranca con pensamientos sobre las responsabilidades del día: estudiar para la facultad, después ir al trabajo, los alumnos, la entrevista de la tarde, llevar las carpetas, hasta que en un momento derivan hacía ella que se fue con Sebastían, aunque yo la quiero, y soy mejor que él, ella se lo pierde, igual me hace bien estar solo; sentí la transpiración fría debajo de la remera, busqué mis latidos en el pecho, no podía prestarle atención a nada, me concentré en sentir mi respiración y encontrar latidos que no encontraba; con mucho esfuerzo logré llevar un brazo hacia arriba, la mochila quedó tirada en el suelo e iba a ser difícil recuperarla, con los dedos busqué la arteria que no estaba, nada vibraba, no tenía pulso. Me voy a morir, pensé y moví involuntariamente las manos y la cabeza; y con tics más parecidos a una convulsión que a un gesto, me acomodé el pelo, me soné los huesos del cuello y cuando el tren llegó a la siguiente estación, empujé a todos y bajé. No es mi estación, pero una vez en el andén respiré aliviado.

Después de ese episodio los ataques se hicieron cada vez más frecuentes, todos los días tenía que bajar del subte una o dos veces antes de llegar a la facultad, salía más temprano de casa para tener tiempo, cuando no aguantaba más bajaba y esperaba que viniera otro subte y llegaba así, con escalas. Para ir al trabajo desde la facultad sólo tenía dos estaciones y las soportaba bien, aunque nunca se sabía porque los ataques podían agarrarme en cualquier momento/lugar. Con el tiempo empezaron a darme ataques en la facultad y también en el trabajo; casi siempre los resolvía, es decir que lograba dejar de pensar que me iba a morir, al salir del lugar en el que estaba: Aula/oficina/subte/habitación. Una vez fui con mi viejo a almorzar por el Centro y mientras él me preguntaba como iban mis cosas empecé a sentirme mareado; tenía de nuevo ese sudor frío, mi viejo hablaba y yo no podía prestarle atención, sólo quería estar seguro de que el aire entraba a mis pulmones y de que mi corazón latía: no soporté más, me levanté y me metí en el baño, me quedé unos minutos sentado en el inodoro con la puerta del box cerrada, después volví sin decirle nada a mi papá.

Aún sin hablar con nadie de mis ataques de pánico, quise asegurarme por mi cuenta de que no me iba a morir de verdad; me hice todos los estudios médicos que cubría mi obra social, a la que por otro lado, nunca le había sacado tanto provecho: sangre completo con HIV, orina, materia fecal, clínico, traumatólogo, oculista, otorrinolaringologo, resonancia magnética, seminograma, encefalograma, ecografías varias y placa de tórax. Todo impecable. Por el contrario descubrí que era hiperlaxo, que necesitaba anteojos con aumento y que estaba un poco más delgado de lo debido; de lo de morirse, ni noticias.

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