Estaba escuchando música, volviendo de unas vacaciones por las costas de Uruguay. No sé si se pueda decir que fui solo, aunque a pesar de estar muy acompañado fue la etapa de mi vida en la que mas solo me senti.
Uruguay es un pais chico, donde la gente es muy agradable, supongo que a causa del turismo; y simple. No es difícil hacer amigos. Sin embargo efectivamente volvía solo, arrastrado por los inamovibles días de verano que se sucedian uno tras otro con la rapidez y lentitud que genera la erosión de la playa sobre el tiempo y su transcurso.
Es Enero y hay tormenta, el viento sarandea de un lado al otro al micro en el que viajo. A mi derecha hay una señora transparente que mientras respira se hunde en un sueño liviano, y pareciera que en realidad ya no quisiera abrir los ojos más, como si los recuerdos que la invaden por dentro fueran demasiado importantes. Es una lástima que esté del lado de la ventanilla. Yo en cambio hace dias que no duermo bien, en lugar de recuperarme de un año duro, tengo más ojeras y estoy aún más cansado que antes. Entre la nariz de la señora y una cortina miro la sutil variedad del paisaje, con al menos cinco tonos de verde distinto. Araucarias y palmeras, y naranjos y arbustitos, y los infaltables postes y cables de energia eléctrica. Aunque estos últimos no son verdes claro está. Podrian pintarlos.
Asi mientras escribía algunas notas sobre un extraño verano es que noté que la señora ahora de la izquierda me miraba escribir. La vi derepente y ella desvío sus ojos hacia adelante. Yo me quedé observándola por unos instantes. Llevaba unos anteojos grandes con un lente muy grueso. Su mirada era clara, transparente como el agua de portezuelo, donde se ven esas simpáticas aguas vivas revolotenado las olas. Llevaba un audífono en el oído derecho y en la cara pude contar tantas arrugas como árboles veía pasar sobre la ruta. Estaba vestida de una manera moderna aunque eso no captó demasiado mi atencion, lo que si lograron unas lastimaduras que llevaba silenciosas sobre su piel en ambas piernas. Rojas, infectadas, parecían volcanes, como quemaduras de cigarillo.
Mientras miraba los edemas escuché adelante reír a una pareja joven y eso me causó una confusa sensación de tristeza y abandono, y sentí lástima por la anciana a la que su cuerpo ya la estaba abandonando, estremeciéndose, absorviéndose como la ola que llega sin fuerza a la orilla y se funde con la arena para siempre.
En un momento, como si se hubiera animado me volvió a mirar, esta vez a los ojos, y entonces se detuvo el tiempo. El micro se movía, la lluvia caía y mojaba y los árboles pasaban. Pero quedé atrapado en su tunel cristalino, absorvido por una sensatez inmaculada que reflejaban sus ojos al mirar. Y así entendi que no solamente miraba sino que escuchaba. Me escuchaba. Escuchaba mis pensamientos. Fue tan sólo un instante pero lo supe, pensé en su audífono para hipoacúsicos, ella se metió en mi cabeza y yo no podía salir de aquel acuario. No sé cuánto fue que estuvo detenido el tiempo, seguramente porque estuvo detenido, pero en un momento ella esbozó una sonrisa pícara y cerró los ojos.
Yo me desperté al llegar a colonia para tomar el barco de vuelta a Buenos Aires. Me snetía extrañamente descansado y liviano.
2 comentarios:
me ha gustado esta hisoria, imaginar a la señora transparente y aun más que reconozcas, como yo tambien lo he hecho... la existencia de una gama de verdes.... ¿ puedes ver los amarillos?
Un abrazo y un gusto encontrarte nuevamente.
Anna.
eso de escuchar los pensamientos puede ser peligroso, pero me gusta
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